viernes, 22 de mayo de 2009

ENREDAN SOMBRAS EN LA PROFUNDA OSCURIDAD


Enredan sombras en la profunda oscuridad


Se apartan las manos ,y las gotas de lluvia
dejan paso al imposible de tus ojos ,
se apartan las orillas incandescentes que el mar
deja a su paso por la pradera.
Ayer cuando tan tiernamente dormías
las algas de tu recuerdo
iban tan lentamente enredándose entre mis crines
que por un momento deje de saber si era hombre o caballo
aquel descubrimiento me atormento, y decidí galopar.
Llegué hasta las llanuras mas altas
Encontré los mas bellos sueños y las mas enhiestas tempestades
Atravesé el calor de un rayo de vida
Y seguí galopando , a lomos de la vida.
Un día ,cuando las tempestades ya no se unían a mi lomo
Cuando cabalgar ya no me hacia sentir
Decidí ser un hombre, y unirme a las tropas
Siendo el guerrero invencible de los Picos de Europa
Apostándome en las curvas y sembrando tan solo
Las justas tempestades ,
Agarrándome al sonido que tu garganta me presta
chillando ,blasfemando ,irrumpiendo en las palabras
prestadas por el canto de los valientes , y regresé
peor que antes de emprender mi viaje
rudo y amancebado , ausente de palabras , mudo
y sin saber nuevamente si era
hombre o caballo

NO SE DE LA MAGIA




Escrito por: mirada-impaciente el 10 May 2009 - URL Permanente
No sé de la magia
Ya no llevo celulosa en mis bolsillos
Ahora llevo mares salinos para mis penas
de incendiarios bosques en mis manos.
La magia estar en convertir cada moneda
que surte el papel en sutil movimiento
de gacela enamorada ,cuando no hay berrea #.
ahora dirijo los destinos encontrados,
tratándose de amores, ya no soy inocente.
La magia está en convertir la doncella en doncella
no hacerla princesa de amables rosas,
pues la espina protege a la misma contra su belleza.
tengo los colores del mundo a mi disposición
tan sólo he de jugar a mezclarlos ,
antes me proveeré de un profesor de dibujo,
de esos que utilizan reglas y cartabones
uno de esos que no sabe mezclar.
quizás aprendamos juntos , el oficio de mezclar
yo le enseñaré mis colores
cuando el los marque en piel de armiño
entonces habremos comenzado la primera lección
el resto ya serán otras ,aquellas que doten
con la mayor de las fortunas a aquellos que me sigan.
M. Carmen García Mateos

CARTAS A LA LUNA


Cartas a la luna

Vivir sin vivir en mi
Y de tal manera espero
Que muero por que no muero
Vivo ya fuera de mi
Después que muero de amor
Por que vivo en el señor
Que me quiso para si
Cuando el corazón le di
Puso en el letrero que
Muero por que no muero.
Santa Teresa de Jesús
Prólogo
Parecería que dos puntos que viajan a ninguna parte y atados al infinito del universo ,no tendrían que haberse encontrado ,si no fuese por que esos ,se ataron a palabras que pudieron más que ellos
Ahora yo como sujeto humano que soy y como tal manejado a su antojo por la palabra ,me permito la locura de este tiempo para escribir ,quizás una carta diaria ,que me permita acercarme a un punto que no se mueva fugaz y poco a poco se me haga finito.
Que me permita , que las mariposas que siento en mi estómago no levanten su vuelo ,ya que entonces además de loca ,si ya levito, digan me ustedes que futuro tengo en este térreo mundo .
Las cartas las dedico a todos aquellos que se atan al amor pudiendo esta palabra mas que ellos y en especial a dos locos que además aman el amor .
Carta Primera:
Me levante esta mañana ,todavía con el calor y el rubor de una sonrisa en mi rostro, dirigiéndome al correo ,como quien espera misivas de un vaquero a caballo por que su caballero cabalga a mil ejércitos de distancia y las noticias aunque llegan, le resultan insuficientes.
Ahí estaba ,y entre el vacío dejado por la noche, unas cortas pero intensas palabras ”Buenos días Dulcinea, hoy me levante con deseos de enfrentarme a los molinos de viento como si fueran caballeros y esperando que a mi regreso ,anudes en mi brazo tu pañuelo”.
Que si hay ataduras todas sean como el pañuelo de Dulcinea , me temo en este caso, que quedaron ambos atados a las palabras que fueron dictadas no por el paso del tiempo ,ya que el tiempo no es más que aquello que nos empeñamos que sea .
Pero aquella noche era cálida pese a que el invierno apenas había anunciado su retirada ,pero ya las flores que se asoman tímidas y entre un mullido césped dando cobijo a amantes de otros tiempos ,de nuevos tiempos ,de etéreos cuerpos que atrapados entre las letras de miles de palabras se puede gozar, ellos no tienen ninguna duda ,por mas que a lo largo de la noche hubieran deseado que el lenguaje fuera el de su piel , y que ésta fuera la que poco a poco y con la tersura del momento les fuera hablando aunque el lenguaje de las palabras no fueran el que usaran ,si no el del deseo , y que las palabras no salieran de su boca solamente para ser atrapadas por el roce de otros labios devorando las , lamiendo cada letra como si fuera la última vez en la vida que degustaran sus cuerpos.
Salían y entraban en un movimiento que rítmicamente se les iban imponiendo en cada frase ,por momentos aire y por momentos fuego ajenas a la conciencia de otros tiempos y en un estado de total abandono a los sentidos , apenas roto por un leve gemido y por un instante de desear mas de lo permitido.
¿Cómo se controla un volcán impidiendo que la lava fluya por las laderas de una montaña entre las depresiones y los escuetos pero rectilíneos montes ,pareciendo abrirse paso irremediablemente, sabiéndose impotentes de lo que se les avecina y claudicando ante tal alarde de fuerza y sintiéndose grandiosos en su pequeñez ?.
Y¡ dejarme ser loca! ,por que, eso, me exime de responsabilidad ,ya que los locos no saben de realidades ,viven gozando con el cambio de las mismas, viven no viviendo en ellas , pero sabiendo que están y que los momentos de locura son eso, momentos .
Quiero ser loca si como loca puedo salir de un cascaron donde solo se puede ver en plata, y ahora he visto mi iris recubierto de azul agua a borbotones y mi corazón de un púrpura encarnado ,como me puedes decir ahora que tengo que vivir en plata .¿Cómo hago con este cuerpo de mujer impaciente ,que arde por espacios tricolores ,donde los límites parecen abrocharse y donde la luz no lo será si no por que atravesó mi cristalino para verte?.
Me ataré a la plata pero solo si la plata me permite abrazar un arco iris donde tu mirada se halle en el azul de mis momentos .

lunes, 2 de febrero de 2009

DISCURSO AL RECIBIR EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA

PABLO NERUDA Discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura(1971)
Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.
Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.
A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.
Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa: ¿Tuvo mucho miedo?Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. -Ahí mismo –agregó uno de ellos– cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.
Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.
Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.
Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.
Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. O lo conocían, ¿nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.
Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más" en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.
Señoras y Señores:
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.
En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.
En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.
El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.
Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.
Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.
Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.
Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.
Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano

domingo, 1 de febrero de 2009

aforismos I

AFORISMOS I
CESARE PAVESE
-Si es cierto que nos acostumbramos al dolor, ¿cómo es que con el paso de los años sufrimos cada vez más?
-No, no son locos esa gente que se divierte, que disfruta, que viaja, que folla, que combate -no son locos, y eso es tan cierto que quisiéramos hacerlo también nosotros.
-La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta esa sensación -prisión, enfermedad, hábito, estupidez- uno quisiera morir. Y por eso cuando una situación dolorosa se reproduce idéntica -parece idéntica- nada vence su horror.
-Nunca más deberás tomar en serio las cosas que no dependen sólo de ti. Como el amor, la amistad y la gloria. Y las que depende sólo de ti, ¿importa mucho que las tomes o no en serio? ¿Quién sabrá algo? Porque, si estamos solos no hay quien: hasta el yo desaparece.
-Nadie se abandonará jamás a ti, si no ve en ello su propio provecho.
-Muchos han muerto desesperados. Y ésos han sufrido como Cristo. Pero lo grande, la tremenda verdad es ésta: sufrir no sirve de nada.
-Problema: ¿la mujer es el premio del fuerte o el apoyo del débil, según éstos quieran? Ironía de la vida: la mujer se entrega como premio al débil y como apoyo al fuerte. Y ninguno recibe jamás lo suyo.
-Has confiado tu vida a un cabello: no te debatas, pues de lo contrario lo arrancarás.
-La ingenuidad tiene una astucia propia que proviene justamente de su despreocupación. «Eres tan estúpido que nadie se te resiste.»
-Quien no ha experimentado la muralla de una imposibilidad física en cosas que afectan a toda la vida (impotencia, dispepsia, disnea, presidio) no sabe qué es sufrir. Y en realidad, para esos casos se ha inventado la renuncia: el desesperado intento de hacer méritos con lo que por desgracia es inevitable. ¿Puede imaginarse cosa más cobarde?
-Es notable el estado de quien no siente la tentación de lo que no hace; y no el estado de quien es tentado y renuncia. En términos realistas, lo primero es la paz, lo segundo es el desgarramiento. Digan lo que digan los heroicos. Sufrir es una bobada.
Antes de ser astutos con los otros, es preciso ser astuto con nosotros mismos. Existe un arte de hacer que las cosas ocurran de tal modo que el pecado que cometemos sea en conciencia virtuoso. Aprender de cualquier mujer. -La habitual tragedia: sabe hacerse amar sólo quien sabe hacerse odiar, por la misma persona. -Un hombre de verdad, en nuestro tiempo, no puede aceptar con cautelas la ananke (la necesidad, lo inevitable ) de la guerra. O es pacifista absoluto o guerrero despiadado. Las cosas claras: o santos o verdugos. En buena hemos caído. -¿Por qué es desaconsejable perder la cabeza? Porque entonces somos sinceros. -No es cierto que la castidad sea un atractivo sexual -ni siquiera supuesto-, porque entonces a las mujeres deberían parecerles apetitosos los frailecillos y curitas recién salidos, que se supone que toman en serio la regla. Y en cambio les apetecen puercos vejestorios-Ios hombres duchos-, calvos y maliciosos. Y tú, ¿soñaste alguna vez con monjas? -Primer amor: "cuando seamos mayores, de estas cosas podremos hablar con las mujeres". -Hay una cosa más triste que fracasar en los propios ideales: haber tenido éxito. -Hay algo más triste que envejecer, y es seguir siendo niño. -Si el follar no fuese la cosa más importante de la vida,el Génesis no empezaría por ahí. -Para agradar a los hombres es preciso profesar lo quecada uno de esos hombres en su vida secreta rechaza yodia. -Amar a otra persona es como decir: de ahora en adelante esa otra persona pensará más en mi felicidad que enla suya. ¿Hay algo más imprudente? -Tú, si te propones un sacrificio, lo quieres tan intenso y exclusivo que en definitiva ya no interesa a nadie. Acuérdate siempre de que cuando la primera comunión notragabas saliva para no romper el ayuno. -No se muda la propia naturaleza. Has descubierto queeras ingenuo, que exhibías tus sentimientos para que fueran también absolutos (incapacidad de mentir), y, creyendo haber cambiado de tecla, ahora exhibes tus trágicas convicciones sobre la necesidad de la mentira. -Muchos que tienen muertes edificantes, si los curasen . in extremis volverían a hacer estragos. -Amar sin reservas mentales es un lujo que se paga sepaga se paga. -¿Por qué el verdaderamente enamorado pide la continuidad, la vitalidad de las relaciones? Porque la vida esdolor y el amor gozado es un anestésico y ¿quién querría despertarse en la mitad de una operación?
publicado en la revista 2001 noches en el número 40

Aforismos II

AFORISMOS II
MIGUEL OSCAR MENASSA
-El hombre vive acorralado por sus propias pasiones que, a veces, son tristes.
-Estábamos locos, locos, pero vivos, vivos.
-Una alegría: poder reinar sobre las palabras ya pronunciadas.
-Un bestia sangrante de la mera dolencia. El siglo agoniza, no yo.
-Una experiencia límite: Volver a vivir, nuevamente, toda mi vida, pero con el dinero de otros.
-Poco a poco me iré liberando de todo, de casi todo. No del amor, mas sí de su intolerancia.
-En poesía, no sólo quiero dejar una gran herencia, sino que quiero gozar, yo también, de esa herencia. Comenzar a gozar ya mismo de mi poesía y ese goce será parte de la herencia.
-Las cosas tienen que hacerse de una manera iluminada, todo el reverso de la canción debe ser del poeta.
-En cuanto a cierta sabiduría sobre el amor, nunca pude tener ninguna. Cada vez que estuve al borde de conseguirlo, siempre hubo un silencio, arrancado de raíz por un torbellino.
-Poesía hoy soy feliz y te lo digo con sencillez extrema: Vuelo a tu alrededor blancas camelias perfumadas.
-Poesía, joya descuartizada para que a todos tocara su milagro.
-La única manera de dejar de hacer cuentas es gastar 5 y ganar 10.
-Te amo como se aman los espantapájaros, por su utilidad y, al mismo tiempo, su inmensa quietud.
-En poesía siempre estoy perdido, verdaderamente, perdido y, a la vez, seguro de estar en el camino correcto. Todo lo que sea para la poesía, será para mí.
-Todo el mundo me habla mal de todo el mundo, yo no les creo pero ya estoy pensando mal de todo el mundo.
-Con la mujer todo lo hice porque ella lo quiso. Cuando ella no quiso, no pasó nunca nada.
-Cuando alguien habla todo el tiempo de la caca que es, claramente quiere que todo el mundo sea de caca, es decir a su medida.
-Hay y no hay de todo, en todas partes yeso es bueno saberlo.
-Todo el mundo encuentra su destino y se vuelve ciego frente a él.
-España, actualmente, es un país sin Sociedad Civil. Nadie piensa en el bienestar de nadie. A la larga ni siquiera en el bienestar propio.
-Ella a veces, es una extraña búsqueda de dolor. Cuando nos estábamos por encontrar, ella prefirió la crueldad del silencio.
-Enfrentarse, aunque me pase a mí, es una manera burda, torpe, de sentir el cuerpo.
publicados en la revista 2001 noches en el número 40

viernes, 30 de enero de 2009